Lunes , 16-11-09
EN sus horas bajas el nacionalismo catalán siempre recurre a mitificar el pasado o urde un futuro ilusorio antes que afrontar el presente cuando sea lábil y espinoso. Sus transiciones son endógenas, con lo que pierde ósmosis con la nueva configuración social de Cataluña. Por contraste con momentos creativos y tan permeables como fueron la «Renaixença» o el «Noucentisme», el catalanismo se repliega, particulariza aún más sus instintos, simplifica y reduce. Aplíquese el test del punto ciego. Esta es la fase menguante que arrancó en los peldaños finales del pujolismo, tuvo su exótico clímax en el maragallismo y anda ahora en período de requerimientos neurotóxicos.
El grado de sobresaturación es tan elevado y tan acusados los efectos específicos de la recesión económica en Cataluña y las penumbras crecientes de la corrupción que la pasividad y el desapego general son ya apolíticos y próximos a ese rellano ambiguo que algunas veces da pie a la antipolítica. Por ejemplo: Josep Anglada, promotor de las candidaturas municipales antiinmigración en la zona de Vic, está tanteando sus posibilidades autonómicas en el Bajo Llobregat.
Las múltiples dilaciones en la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el «Estatut» tienen un aire premonitorio. Ahora quizás no haya sentencia hasta más allá de las elecciones autonómicas catalanas, previstas para el año que viene y sujetas en estos momentos a un sinfín de especulaciones sobre su posible convocatoria anticipada. El paisaje de fondo es de fatiga, de desgana muscular y de avitaminosis histórico-política.
Sentencia interpretativa o sentencia asertiva: para el caso, será propagada en auditorios con muy escaso público y aprovechada con sesgos de todo tipo por una clase política que no tiene la energía moral suficiente como para anular distancias entre lo que piensa y lo que dice, entre lo que hay que hacer y lo que es impura conveniencia. Ciertamente, muy pocos creyeron de verdad en aquel segundo estatuto. Al final, muy pocos serán también los que para algo confíen en el Tribunal Constitucional. Esas fueron las hechuras del maragallismo que fascinó a Rodríguez Zapatero. Nada menos: reformar la Constitución de 1978 con el conjuro de un segundo estatuto de autonomía veteado de inconstitucionalidad.
Suele ser de tan baja calidad la novela negra escrita en Barcelona que por eso ha sido más aparatoso el contraste con las acusaciones a F_lix Millet o las detenciones en la trama de Santa Coloma de Gramenet. Millet constituía un elemento dinástico del catalanismo, como eslabón con la coralidad fundacional que arranca en 1891 al instituirse el «Orfeo Català» por iniciativa de Lluís Millet y Amadeu Vives. Acabado de construir en 1908, el modernista «Palau de la Música Catalana» sería su sede. De Amadeu Vives, personalidad fascinante que retrató Josep Pla, quedan zarzuelas espléndidas como «Bohemios», «Maruja» y «Doña Francisquita». En la memoria popular y sentimental catalana permanece sobre todo, con versos de Verdaguer, la canción «L´emigrant».
En el caso de Santa Coloma de Gramenet han sido llamativas las detenciones de Lluís Prenafeta y Macià Alavedra, personalidades con notable protagonismo directo en los años-clave del pujolismo aunque los ejes del entramado investigado por la justicia implican de mucho más cerca al entorno del PSC, el gran poder municipal en la Cataluña de hoy. En realidad, poder municipal, autonómico, provincial y mediático, a gran escala y sin mucho espíritu de fineza.
La desnaturalización del capital simbólico del catalanismo cultural y político se inició hace ya tiempo y tanto el caso «Palau de la Música» como la trama de Santa Coloma de Gramenet tienen algo de postrimería, según lo ratifica el intento más bien exangüe de contrarrestarlo una vez más con una reacción victimista. Como se ve de nuevo, el caso es que las élites barcelonesas operan en torno a una especie de «omertá» y no con el fundamento del mérito, lo que facilita las exclusiones sistémicas. Por eso las connotaciones de la corrupción son más densas y nucleares. Unas corrientes subliminales de mucha peculiaridad lo conectan todo con el declive cultural. Como protagonista social, hace tiempo que la burguesía de Pedralbes tan solo es un mito.
Para el socialismo, la complicidad inicial de Rodríguez Zapatero con el pacto del Tinell y el segundo estatuto autonómico ya no es la misma y la tirantez entre PSOE y PSC ha llegado a extremos de confrontación interna. La impresión es que José Montilla ejerce el poder pero sin saber para qué, salvo controlar los desmanes continuos de sus socios del tripartito, autorreproducirse en una política patrimonial y pretender el control mediático omnímodo.
Artur Mas tiene un liderato a medio plazo, con el contrapeso de Duran Lleida en «Unió». CiU está queriendo recuperar o asimilar voto soberanista incluso a costa de incitar oposición drástica a una sentencia que recorte un «Estatut» que la propia CiU nunca quiso. Las encuestas electorales favorecen a CiU, mientras que ERC acumula errores tácticos que de tan rudimentarios y pedestres solo se equiparan a su arcaísmo genético y a sus irresponsabilidades históricas.
Ahí asoman las exploraciones de Joan Laporta, presidente del Barça, calcadas de una conjunción populista entre Berlusconi y la Liga Norte. Para el PP, su intrahistoria catalana tan accidentada como contradictoria lo hace depender todo de su empuje en toda España, sin atractivos territoriales propios, salvo que, para bien y para mal, su capital político en Cataluña son las siglas, su naturaleza de partido nacional y los éxitos económicos cuando estuvo en el Gobierno, como por ejemplo quedó ratificado en los pactos del Majestic. En el mejor de los casos, a Mariano Rajoy puede corresponderle una tarea pactista de bordadura ímproba, casi ya en la hora veinticinco.
Ahí asoman las exploraciones de Joan Laporta, presidente del Barça, calcadas de una conjunción populista entre Berlusconi y la Liga Norte. Para el PP, su intrahistoria catalana tan accidentada como contradictoria lo hace depender todo de su empuje en toda España, sin atractivos territoriales propios, salvo que, para bien y para mal, su capital político en Cataluña son las siglas, su naturaleza de partido nacional y los éxitos económicos cuando estuvo en el Gobierno, como por ejemplo quedó ratificado en los pactos del Majestic. En el mejor de los casos, a Mariano Rajoy puede corresponderle una tarea pactista de bordadura ímproba, casi ya en la hora veinticinco.
La epidemia de consultas independentistas iniciada en Arenys de Munt llega en diciembre a unos ciento cincuenta municipios, aunque es un conjunto de escasa dimensión demográfica. El ayuntamiento de Gerona también ha aprobado la consulta, con la abstención del PSC, en el poder desde hace tiempo infinito. Son consultas que no aportarán racionalidad alguna a lo que es la vida pública catalana, sino más bien sensaciones de un desvencijamiento ya antiguo que se suman al adanismo abrupto de esas nuevas generaciones que han crecido en las aulas de la inmersión lingüística y de unos manuales de historia ajenos a la realidad de España.
Para usar un símil pictórico, la política en Cataluña ha perdido mucha perspectiva. Jordi Pujol habla de desencanto, de desprestigio, de pérdida de autoestima. Sí, todo eso y más. Perspectiva y forma simbólica: llegaron a ser lo mismo. Los personajes andan como perdidos en el espacio figurativo de la política catalana. Lo grave es el desconcierto de la ciudadanía, una ciudadanía multidimensional, tan mal representada por una política que sólo existe en dos dimensiones. Ya se sabe que, en el estudio de la perspectiva, las líneas rectas resultaron ser curvas.(Valentí Puig/ABC)
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