lunes, 5 de abril de 2010

GUANTÁNAMO, AHORA SÍ.










GUANTÁNAMO, AHORA SÍ.

Era un clamor, uno de los pilares sobre los que descansaba la propaganda demócrata contra el presidente Bush: el centro de reclusión establecido en la base de Guantánamo era ilegal y suponía una ofensa para los valores norteamericanos. La anterior Administración se defendió como pudo, pero con la mayoría de las empresas de comunicación a la contra perdió la batalla. Hace año y medio que Obama es presidente y Guantánamo sigue siendo un centro de retención de terroristas a pesar de las promesas del hoy ocupante de la Casa Blanca, de sus críticas como laureado jurista por Harvard y de su compromiso con las demandas del ala más progresista de su propio partido.

Desde que la campaña antiBush quedó atrás y dejó de ser conveniente hablar todos los días de Guantánamo se ha producido otro interesante fenómeno: la gente ha cambiado de posición. Sin presión mediática y enfrentados a la realidad los norteamericanos son ahora contrarios al cierre de esta base. Según la cadena CNN, icono progre, el 60% de los norteamericanos quiere que Guantánamo se mantenga abierto, mientras que sólo el 39% desea su inmediato cierre. Resulta que los argumentos que barajó Bush tenían fundamento y que la experiencia vivida desde entonces no ha hecho más que darle la razón.

Cuando se estableció en la base de Guantánamo el centro de reclusión de terroristas se justificó por dos motivos. En primer lugar, no debía aplicárseles el código militar porque no eran militares y porque sería un insulto para los militares la equiparación. En segundo lugar, porque las pruebas de que se disponía tenían su origen en los servicios de inteligencia, por lo que si se hacían públicas podían poner en peligro tanto vidas como redes de información. Por todo ello el Gobierno aprobó un nuevo marco legal que establecía tribunales especiales que desde el ámbito militar irían juzgando a los detenidos.
Obama se comprometió a desmontar el tinglado y normalizar la situación de esta gente, pero no lo ha hecho porque Bush tenía razón. Más aún, está horrorizado con la idea de asumir la responsabilidad de liberar terroristas que a continuación puedan reincorporarse a la vida criminal. No nos olvidemos de que en mayo del año pasado el Pentágono reconoció que de los 534 prisioneros que habían sido liberados hasta entonces tenían constancia de que uno de cada siete había vuelto a asumir responsabilidades en el ámbito islamista. Para valorar correctamente este dato hay que tener en cuenta que el Pentágono hacía referencia a los casos de los que tenía información objetiva. Nadie dudaba de que la proporción era mayor. Estos datos han sido puestos al día por John Brennan, asesor del presidente Obama en materia de contraterrorismo. En documento escrito enviado al Congreso a principios de febrero Brennan reconocía que el 20% de los liberados de Guantánamo había vuelto al activismo islamista.

Más recientemente hemos encontrado en los medios de comunicación referencias al relevo en la cúpula dirigente de al Qaeda en Yemen, que habría sido ocupada por un antiguo recluso de Guántamo. En estos últimos días nos hemos enterado de que por casualidad las fuerzas de seguridad paquistaníes habían detenido en febrero al número dos de las milicias talibán, el hombre de máxima confianza del ya legendario mullah Omar, me refiero al mullah Abdul Ghani Baradar, que se encontraba en Karachi negociando secretamente con delegados del presidente Karzai. Omar ha movido ficha y ha nombrado en su lugar a dos personas con responsabilidades complementarias: Abdul Qayuum Zakir y el Mullah Akhtar Mohammad Mansoor. El primero será el nuevo jefe militar. El segundo, de algo más de cuarenta años y larga experiencia, actuará en el ámbito político. Lo que me interesa resaltar de esta noticia no es la falta de coordinación entre los servicios de inteligencia afganos y paquistaníes sino el hecho de que el nuevo jefe militar de las milicias talibán sea un antiguo preso de Guantánamo, donde estuvo hasta el año 2007, fecha en que fue trasladado a Afganistán como antesala de su liberación. Los servicios de inteligencia sabían de su peligrosidad, pero no había pruebas suficientes contra él. Perfecto, ejemplar… ya tenemos un nuevo, joven y saludable jefe militar de unas milicias que están derrotando a la Alianza Atlántica.

Abdul Qayuum Zakir no es el único caso de antiguo recluso en Guantánamo promocionado recientemente a altas responsabilidades en la estructura de poder talibán. También en fechas recientes hemos oído hablar de Abdul Hafiz, supuesto asesino del cooperante de Cruz Roja Ricardo Munguía, que tras ser liberado se reincorporó a las milicias y ha pasado, en esta última remodelación, a ocupar un puesto de dirección.

Lo curioso es que el haber permanecido recluidos en Guantánamo ha facilitado las carreras de ambos dirigentes. Un hecho que vemos repetido a lo ancho de la geografía política del islamismo. De Guantánamo no sólo se vuelve limpio, sano y en buena forma física, sino que además supone un destacado mérito en la carrera de un terrorista.

Estos datos ayudan a entender porqué los congresistas demócratas han dejado de clamar el cierre de Guantánamo y la liberación o envío a tribunales civiles de los allí acogidos. Estos datos deberían también ayudar a nuestros congresistas a volver a considerar la conveniencia de recibir en nuestro país a otros reclusos de las mismas características, que de aquí se fugarán sin la menor dificultad para reincorporarse a unas actividades de las que, queramos o no, seremos corresponsables. (Florentino Portero/Por esos mundos).
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¡QUÉ GILIPOLLAS SON LOS PROGRES!

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